lunes, 24 de septiembre de 2012

Un texto que a todos nos concierne: el significado de la sangre




 El hombre no siempre ha tenido la conciencia que ahora posee; cuando retrocedemos hasta los tiempos de nuestros primitivos antecesores, nos encontramos con una conciencia de clase muy diferente. Actualmente el hombre, en su vida de vigilia, percibe las cosas externas por medio de sus sentidos y se forma idea sobre ellas. Estas ideas sobre el mundo externo obran en su sangre.

Todo cuando lo ha impresionado, como resultado de la experiencia sensorial, es, por consiguiente, activo y vive en su sangre; su memoria está llena de esas, Experiencias de sus sentidos. Sin embargo, por otra parte, el hombre actual no tiene ya la conciencia de lo que posee en su vida interna corporal como herencia de sus antecesores. No sabe nada respecto a las formas de sus órganos internos; pero en los tiempos primitivos sucedía en otra forma.

Entonces vivía en su sangre, no solamente lo que los sentidos habían recibido del mundo externo, sino también lo que está contenido en la forma corporal; y como esa forma corporal había sido heredada de sus antecesores, el hombre sentía la vida de éstos dentro de sí mismo.

Si meditamos sobre una forma superior de esta conciencia, notaremos como se expresó esto también en una forma correspondiente de memoria. La persona que experimenta solamente lo que percibe mediante sus sentidos, recuerda nada más que los sucesos relacionados con esas experiencias sensoriales externas. Solo puede recordar las cosas que haya experimentado así desde su infancia. Pero con el hombre prehistórico el caso era diferente. 

Este sentía lo que estaba dentro de él, y como esta experiencia interna era el resultado de la herencia, pasaba a través de las experiencias de sus antecesores, por medio de esa facultad intima. Y recordaba no solamente su propia infancia, sino también las experiencias de sus antecesores.

Estas vidas de sus antecesores estaban, en realidad, siempre presentes en las imágenes que recibía su sangre, porque, por increíble, que parezca para los materialistas de nuestros días, hubo en un tiempo una forma de conciencia mediante la cual el hombre consideraba no sólo sus propias percepciones sensoriales como experiencias propias, sino también las experiencias de sus antecesores. Y en aquellos tiempos, cuan ellos decían: “He experimentado tal y tal cosa”, aludían no solamente a lo que les había ocurrido a ellos en persona, sino también a las experiencias de sus antecesores, pues las recordaban perfectamente.

Esta consciencia primitiva era, en verdad, muy confusa y oscura, muy vaga si se la compara con la conciencia de vigilia del hombre actual. Participaba más de la naturaleza de un sueño vivido, pero, por otra parte, abarcaba un estadio mucho mayor que el de la conciencia actual. 

El hijo se sentía conectado al padre y al abuelo, sintiéndose como un solo yo, puesto que él sentía las experiencias de aquellos como si fueran las propias. Y como el hombre poseía esta conciencia y  vivía no solamente en su propio mundo personal, sino también en la conciencia de las generaciones que lo precedieron y que estaba en él mismo, al nombrarse a sí mismo incluía en ese nombre a todos los que pertenecían a su línea ancestral.

Padre, hijo, nieto, etc., se designaban por un solo nombre, común a todos ellos, que pasaba por todos ellos también en una palabra, una persona se sentía simplemente miembro de de una línea de descendientes sin solución de continuidad. Y esta sensación era vivida y real.

Investigaremos ahora cómo se transformó esa forma de conciencia. Se produjo mediante una causa muy conocida en la historia del ocultismo. Si retrocedemos hacia el pasado, encontraremos que hay un momento particular que permanece fuera de la historia de cada nación. Es el momento en el que un pueblo entra en una nueva fase de civilización, el momento en que deja de tener sus antiguas tradiciones, cuando cesa de poseer su antigua sabiduría, cuya sabiduría le fuera transmitida, a través de las sucesivas generaciones, por medio de la sangre. La nación posee, sin embargo, conciencia de ella y ésta se expresa en sus leyendas.

 En los tiempos primitivos las tribus se mantenían alejadas unas de otras, y los miembros individuales de la familia se casaban entre sí. Se ha demostrado que esto ha sido así en todas las razas y con todos los pueblos; y el momento en el que se rompió ese principio fue de la mayor importancia para la humanidad, cuando comenzó a introducirse sangre extraña y cuando las relaciones matrimoniales entre miembros de la misma familia fueron substituidas por casamientos con extranjeros, dando así lugar a la exogamia. La endogamia preserva a la sangre de la generación, permite que sea la misma sangre la que fluya en todos los miembros de la misma familia, durante generaciones enteras.

La exogamia inocula nueva sangre en el hombre y este rompimiento del principio de la tribu, esta mezcla de sangre que, más o menos pronto, tiene lugar en todos los pueblos, significa el nacimiento del intelecto.

El punto importante es que, en los antiguos tiempos, había una vaga clarividencia de donde han brotado los mitos y las leyendas. Esta clarividencia podría existir entre las personas de la misma sangre, así como nuestra conciencia actual es el producto de la mezcla de sangres. El nacimiento del intelecto, de la razón, fue simultáneo con el advenimiento de la exogamia. Por sorprendente que ello pueda parecer, es, sin embargo, cierto. Es un hecho que se substanciará mas y mas por medio de la investigación externa. Y, en realidad, ya se han dado los primeros pasos en esta dirección.

Pero esta mezcla de sangre que se produce mediante la exogamia es también la causa de la muerte de la clarividencia que se poseía en los primitivos días, para que la humanidad pudiera evolucionar y llegar a un grado superior de desenvolvimiento; y así como la persona que ha pasado por los estadios del desarrollo oculto recupera esta clarividencia y la transmuta en una nueva forma así también nuestra clara conciencia de vigilia actual ha surgido de aquella confusa y vaga clarividencia que teníamos en la antigüedad.

Actualmente, todo cuando rodea al hombre está impreso en su sangre; y de ahí que el alrededor ambiente modele al hombre interno de acuerdo con el mundo externo.

En el caso del hombre primitivo era aquel que estaba contenido dentro del cuerpo el que se expresaba más plenamente en la sangre. En esos primitivos tiempos se heredaba el recuerdo de las experiencias ancestrales y, junto con ellas, las buenas y las malas tendencias. En la sangre de los descendientes se encontraban las huellas de las tendencias de los antecesores. 

Ahora bien; cuando la sangre comenzó a mezclarse por medio de la exogamia  esa estrecha relación con los antecesores se fue cortando y el hombre comenzó a vivir una vida propia, personal. Comenzó a regular sus tendencias morales de acuerdo con lo que experimentaba en su propia vida personal.

De manera, pues, que en la sangre sin mezcla se expresa el poder de la vida ancestral, y en la sangre mezclada el poder de la experiencia personal.

Los mitos y las leyendas nos hablan de estas cosas y dicen: “Lo que tiene poder sobre tu sangre tiene poder sobre ti”. Este poder tradicional cesó cuando no pudo obrar más sobre la sangre, porque la última capacidad para responder a dicho poder se extinguió con la admisión de sangre extranjera. Cualquiera que sea el poder que desee obtener dominio sobre el hombre debe obrar sobre él de tal manera que su acción se exprese en su sangre. 

Por consiguiente, si un poder maligno quisiera influenciar a un hombre tendría que empezar por influenciar su sangre. Cuando dos agrupaciones de hombres se ponen en contacto, como sucede en la colonización, entonces los que están familiarizados con las condiciones de la evolución pueden predecir si una forma extraña de civilización podrá ser asimilada por los otros. Tomemos, por ejemplo, un pueblo que sea el producto de su alrededor ambiente, en cuya sangre se haya asimilado este ambiente, y trátese de imprimir a ese pueblo una nueva forma de civilización. Esto sería imposible. Por esta razón ciertos pueblos aborígenes comienzan a decaer tan pronto como los colonizadores llegan a sus tierras.

Desde este punto de vista es de donde hay que considerar la cuestión, y la idea de que se puedan forzar cambios sobre todos dejará de tener partidarios con el tiempo, porque es inútil pedir a la sangre más de lo que ésta puede dar.

La ciencia moderna ha descubierto que si la sangre de un pequeño animal se mezcla con la de otro de especie diferente, la sangre del uno es fatal para el otro.

Esto lo conocía el ocultismo desde hace edades enteras. Si se mezcla la sangre de un ser humano con la de los monos inferiores, el resultado es destructor para la especie, porque el primero está muy lejos de los segundos.

Pero si se mezcla la sangre de un hombre con la de los monos superiores, no se produce la muerte- El hombre está constituido en tal forma que cuando la sangre se mezcla con otra que no le esté muy lejana en la escala evolutiva, nace el intelecto. Por este medio, la clarividencia original que perteneció al hombre-animal inferior se destruyó, y una nueva conciencia ocupó su lugar.

De esta suerte encontramos que, en un estadio superior del desenvolvimiento humano, hay algo similar a lo que ocurre en un estado inferior del reino animal.

En el último, la sangre extraña mata a la sangre extraña. En el reino humano la sangre extraña mata lo que está íntimamente ligado a la sangre de la tribu; la clarividencia vaga y confusa. 

Nuestra conciencia de vigilia, corriente, es, por consiguiente, el resultado de un proceso destructivo. En el decurso de la evolución, la vida mental producida por la endogamia ha quedado destruida, pero  la exogamia ha dado nacimiento al intelecto, a la amplia y clara conciencia de vigilia actual.

Aquello que puede vivir en la sangre del hombre es lo que vive en su ego la Individualidad de un pueblo puede ser destruida si, al colonizarlo, se exige de su sangre más de lo que puede dar de sí, porque en la sangre es donde se expresa el ego. El hombre posee belleza y verdad solamente cuando su sangre las posee”. (...)

Rudolf Steiner, El significado de la sangre


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