En estos tiempos, más que nunca,
estamos depositando el cambio en grandes hechos externos. Sean días comunes o
días excepcionales, sea que no pase nada más que lo que ya está pasando o que
suceda algo extraordinario, la verdad es que siempre la renovación está en las
cosas cotidianas, en los pequeños pasos que hacemos para continuar aprendiendo
y evolucionando. Sin embargo, nos mudamos de casa y de país; pasamos de un trabajo
a otro; de una pareja a otra; tenemos hijos; hacemos cursos; nos movemos afuera
frenéticamente…
Esperamos el gran acontecimiento
que dará vuelta nuestro mundo sin darnos cuenta de que está siendo movido
constantemente por los diminutos eventos que damos por sentado. Es habitual
que, cuando nos quejamos de algo, digamos “es una tontería, pero me molesta
que…”. Sumemos muchas de esas tonterías, día tras día, y tendremos el
cataclismo que estábamos aguardando.
Por otro lado, esas cosas menudas
son indicios de actitudes más grandes y arraigadas, a las que no deseamos ver
ni enfrentar. Las evadimos como factores usuales de la existencia, sin querer
admitir que son metáforas de aprendizajes esenciales. Por ejemplo, los celos,
la envidia, la frustración, la soberbia o el autoritarismo no son “normales”.
Son síntomas de nuestra inseguridad, falta de confianza o insatisfacción y
deberíamos realizar una labor interna para aceptarlo y transformarlo.
No obstante, continuamos
exigiendo que el otro haga las reformas pertinentes para que nosotros seamos
felices.
Me asombra la ceguera con que
muchas personas siguen pidiendo “peras al olmo” a sus vínculos o a sus
actividades durante años y años, aferrados a la fantasía de que algún día
cambiarán y serán lo que tanto desean. Charlando con una paciente, me dice lo
que le cuesta sobreponerse al rompimiento con una pareja. Le pregunto qué es lo
que más le provoca pesar y me contesta algunas cosas obvias hasta que
finalmente admite que son las ilusiones que se había hecho con él lo que más le
duele soltar.
Este es el meollo.
Invariablemente, atraemos individuos y situaciones que provocarán el
aprendizaje que nos hemos propuesto. ¿Cómo funciona? Al principio, parece que
hemos encontrado a “la” persona que tiene todo lo que precisamos, que
compensará el sufrimiento acumulado. Estamos en el paraíso. Poco a poco, la
ilusión comienza a resquebrajarse y notamos que no es tan maravillosa, que
tiene fallas, que justamente las fallas están en esos lugares que creíamos que
encajaban perfectos para cubrir nuestra necesidad. Sin embargo, no queremos
rendirnos a la evidencia y comenzamos el lento y doloroso desgaste de
demandarle al otro lo que nos había “prometido”. Está demás decir que jamás lo
cumplirá… no puede hacerlo, en realidad.
Nosotros “contratamos” a esas
personas para que funcionen de co-protagonistas de nuestra novela, para que
hagan de espejos en donde mirarnos. Necesidad es la clave. Nadie nos dará lo
que necesitamos porque tramamos el argumento para que NOSOTROS nos proporcionemos
lo que pedimos afuera. En el momento en que comprendemos esto y nos dedicamos a
dárnoslo, el conflicto termina. Fin de la novela. Ahora, somos libres. Hemos
resuelto el aprendizaje del alma.
¿Cómo comenzó? Tus padres
plantaron la semilla de esta creación en tu infancia. Por eso, te resulta tan
difícil soltar la ilusión. Es tu Niño Interno el que sigue pidiendo lo que
necesita. Y no se calmará hasta que lo obtenga. Está en tus manos el hacerlo.
¿Quieres evitarlo? ¿Sigues esperando “la” persona, “el” trabajo, “la” decisión,
“la” luz directamente venida del Cielo? Pierdes el tiempo y acumulas
sufrimiento.
Puedes verlo en acción en cada
día de tu vida, en cada encuentro. Despierta. Cámbialo en el mismo momento en
que te das cuenta. No preguntes cómo ni te atormentes inútilmente con que es
difícil. Simplemente, respira, acepta que es tuyo, libéralo, date amor y
comprensión.
Sí, es un tiempo excepcional. El
tiempo de despejar la oscuridad para encontrarte con el poder que tienes, con
la luz que ya eres.
Autora: Laura Foletto
Creadora del Curso a Distancia:
Creación Integral
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