A lo mejor los mayas no estaban
tan equivocados, y bien sea por una incorrecta medición nuestra del periodo que
contemplaban como Quinto Sol, debido a las muchas modificaciones y ajustes que
ha habido con los calendarios juliano y gregoriano, o bien a que una desviación
de uno o dos o cinco años es irrelevante para un periodo de 5200 años —vamos,
ni decimales—, pudiera ser que ese fin del ciclo que vaticinaron todavía esté
vigente. Ninguno de los peligros que señalaron ha desaparecido, y lo que es
peor, la confluencia de las profecías más antiguas, ya sean de profetas
religiosos o de videntes laicos, así parecen atestiguarlo con cada nuevo
acontecimiento relevante que se da en nuestro entorno. Tal vez, el único error
que han tenido muchos no ha sido creer, sino pensar que había un día D y una
hora H en punto, y no un ámbito o periodo en que los sucesos derivan en un desenlace.
El tiempo se acelera hasta
alcanzar un ritmo vertiginoso. La suciedad y la corrupción, todos los delitos y
la falsedad de la Historia que entendíamos como limpia y coherente, está siendo
exhibida junto a sus miserias a la luz, a los ojos de todos, descubriendo un
panorama de saldo y resultado.
No sólo implica lo forzoso de
poner los pies en la tierra a quienes navegaban por las nubes y creían que los
pájaros mamaban, sino que obliga a cada quien a tomar postura en uno de los dos
equipos que están quedando: o blanco o negro, o Bien o Mal. Así de fácil.
Ya no restan excusas para ver.
Los ojos están siendo abiertos a
la fuerza de los hechos, y sólo los muy fanáticos o los muy imbéciles son
incapaces de comprender que lo creían bueno —sistema, partido, forma de vida,
etc.-, no sólo no lo es, sino que en realidad se trata y se ha tratado siempre
de modos que han utilizado los perversos para someter, controlar y vivir a
costa de. Lo he dicho mil veces: una perra sólo puede alumbrar —generar— un
perro, un cerdo otro cerdo y un sistema basado en la codicia, codicia. La
realidad, las noticias de cada día, están poniendo esta verdad elemental tan a
la luz que nadie, ni los ciegos, pueden ya negarla. Y me temo que esto no es
sino el principio.
No sólo no han desaparecido los
enormes riesgos que suponen la economía —la falsa crisis de que la he venido
hablando en los últimos años—, el genocidio de masas que se está urdiendo en
Siria-Israel-Irán, el no menos peligroso de Corea del Norte o el potencial
conflicto que se está gestando entre China y Japón, el cual podría involucrar
fuerzas impensables, sino que no hay ingeniero que ya pueda reparar un sistema
que está colapsando sobre sus propios cimientos, siendo más que previsible que
cualquier día de estos nos desayunemos con la noticia de que no tenemos sistema
sobre el que soportarnos y que nuestro dinero no vale ni su peso en papel.
Vivimos, en fin, en el filo de una guadaña.
Las noticias se precipitan
inexorablemente, y todas ellas empujan a un balance, a una división de fuerzas
en dos únicos bandos. Ya no hay duda de que los Estados son nidales de
corrupción, de que los partidos, partidas o bandas políticas han estado jugando
con la buena fe de los ciudadanos y que cada cual que ha tenido poder
suficiente como para hacerlo no ha dudado en servirse de lo que sea y de quien
sea para hacer dinero y vivir bien. Poco le ha importado a cualquiera de estos
delincuentes del poder en adulterar los alimentos, las medicinas, las
conciencias o las fes para salirse con su encanto de ser los reyes de la
montaña de excrementos. Y, como fue vaticinado, parece que llega la hora de
hacer ese balance y abonar deudas.
Lo peor de todo es que la
exultación de los sentidos con que los poderes entontecieron a las masas para
distraerlas, o bien para hacerlas copartícipes del latrocinio y perversión, se
han manifestado como placeres no sólo efímeros, sino también baldíos. De poco
le valdrá a quien ha comido con gula su satisfacción pasada cuando llega el
hambre, salvo para que su sufrimiento sea mayor. Y así con todo. Los hombres,
las masas, seducidos por sentidos parciales y confusos, gozos mínimos y un
porvenir sin consecuencias, cayeron en la trampa de los perversos, y hoy todas
sus conquistas se develan como pírricas.
Sus fortalezas, la solidez de sus
fes y la determinación que les proporcionaban sus credos, las vendieron por un
plato de lentejas, y hoy ha quedado buena parte de la población ante la soledad
del fracaso personal, posiblemente sentimental y con toda seguridad vital, acaso
no viendo otra solución que el suicidio porque no comprenden que sí que hay un
más allá, un después, un punto y seguido. Incluso cuando la noche está más
oscura se debe tener la seguridad de que amanecerá, pero para eso, claro está,
hay que tener fe y hay que tener esperanza. Una esperanza que los placeres y la
materia ocultaros o ahogaron, dejando al hombre solo ante su propia soledad,
quién sabe si comprendiendo demasiado tarde que lo único que cuenta son las
emociones, los afectos y desafectos, y en ningún caso los bienes materiales.
No; es muy posible que los mayas
no estuvieran demasiado equivocados, ni que lo esté san Malaquías o el profeta
que se quiera, sea Juan o Daniel.
Todos ellos coinciden en lo
mismo: aquí y ahora esto se acaba, y quien no tenga una fe a la que aferrarse,
sentirá con dolor cómo tiembla el suelo bajo sus pies. Quienes alguna vez han
tenido un estado alterado de conciencia, ya sea por haberse tomado un tripi,
tenido una experiencia de muerte aparente o haber sentido en algún momento esa
fugaz iluminación que propicia el panafecto, saben que todo, lo material y lo
humano, conforma un red prodigiosa en la que todo está ligado, unido
indeleblemente por fuerzas que no son capaces de definir siquiera los
científicos.
Lo que hace uno nos repercute a todos, de modo que es importante cada maldad, pero lo es también cada bondad, y cada buen deseo contrarresta y anula a los malos deseos de los otros.
Es la fe, el credo, lo intangible, lo que hace la vida soportable. Es el quinto inexistente lo que le da la razón de ser a la materia —el universo mismo—, y es lo intangible de la vida, lo impalpable, lo emocional, sentimental o ideológico, lo que da sentido a la vida. Quien revisa su propio pasado, comprende que nada material tiene importancia, que todo lo que tiene algún valor está dibujado en una clave intangible, inasible, espiritual. Está llegando la hora antes del último acto, y todos tendremos que elegir un bando de los dos únicos que quedarán.
Lo que hace uno nos repercute a todos, de modo que es importante cada maldad, pero lo es también cada bondad, y cada buen deseo contrarresta y anula a los malos deseos de los otros.
Es la fe, el credo, lo intangible, lo que hace la vida soportable. Es el quinto inexistente lo que le da la razón de ser a la materia —el universo mismo—, y es lo intangible de la vida, lo impalpable, lo emocional, sentimental o ideológico, lo que da sentido a la vida. Quien revisa su propio pasado, comprende que nada material tiene importancia, que todo lo que tiene algún valor está dibujado en una clave intangible, inasible, espiritual. Está llegando la hora antes del último acto, y todos tendremos que elegir un bando de los dos únicos que quedarán.
Fuentes: Ángel Ruiz Cediel, http://planetagea.wordpress.com
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