miércoles, 1 de mayo de 2013

CRÓNICAS DE AKAKOR.....1 El territorio de los Dioses


600.000 - 10.481 a. de C. 

Es una cuestión muy debatida la del comienzo de la historia de la Humanidad. Según la Biblia, Dios creó el mundo en siete días para su propio honor y para el bien de la Humanidad. Hizo luego al hombre del barro y le insufló el aliento vital. Pero según el Popol Vuh, el libro de los mayas, el hombre sólo emergería por vez primera con la cuarta creación divina, después de que los tres mundos anteriores hubieran sido destruidos por terribles catástrofes. La historiografía tradicional sitúa el comienzo real de la Humanidad hacia el año 600.000 a. de C., con los primeros humanos primitivos que no conocían ni las herramientas ni el uso del fuego.

Hacia el año 80.000 a. de C. aparecería el hombre de Neanderthal, que ya había avanzado tremenda mente  conocía el uso del fuego y había desarrollado ritos funerarios. La prehistoria, la historia inicial del hombre, comienza en el año 50.000 a.de C., y, según los hallazgos arqueológicos, ha sido dividida en las Edades de la Piedra, del Bronce y del Hierro. Durante la Edad de Piedra, el hombre era cazador y recolector; cazaba mamuts, caballos salvajes y renos. Con la lenta regresión del casquete de hielos, el hombre seguiría gradualmente a los animales que estaban migrando hacia el Norte.

La agricultura y los animales domesticados les eran todavía desconocidos. Sin embargo, sus pinturas sobre las paredes de las cuevas de cobijo evidenciaban un arte sorprendentemente sofisticado y basado en ritos de caza mágico-religiosos. Se cree que hacia el año 25.000 a. de C. las primeras tribus del Asia Central cruzaron los estrechos de Bering hacia América. 

 Los maestros extranjeros que llegaron de Schwerta 

La Crónica de Akakor, la historia escrita de mi pueblo, comienza en la hora cero, cuando los Dioses nos dejaron. En aquel momento, Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala, decidió que todo lo que fuera a suceder quedase escrito con buenas palabras y con lenguaje claro. Y así, la Crónica de Akakor da testimonio de la historia del pueblo más antiguo del mundo, desde sus comienzos, en la hora cero, cuando los Maestros Antiguos nos dejaron, hasta los tiempos presentes, cuando los Blancos Bárbaros están tratando de destruir nuestro pueblo.

Explica el testamento de los Padres Antiguos, sus conocimientos y su sabiduría. Y describe el origen del tiempo, cuando mi pueblo era el único que poblaba el continente y el Gran Río fluía en otra dirección, cuando el país todavía era llano y liso como la espalda de un cordero. Todo esto está escrito en la crónica, la historia de mi pueblo desde que los Dioses partieron, en la hora cero, y que corresponde al año 10.481 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros: 

Esta es la historia. Esta es la historia de los Senadores Escogidos. En el comienzo todo era caos. El hombre vivía como los animales, sin razón y sin conocimiento, sin leyes y sin cultivar la tierra, sin vestirse y sin ni siquiera cubrir su desnudez. No conocía los secretos de la naturaleza. Vivía en grupos de dos o tres, cuando un accidente los había juntado, en cuevas o en hendiduras de las rocas. Los hombres caminaron en todas las direcciones hasta que los Dioses llegaron. Ellos trajeron la luz. 

No sabemos cuándo sucedió; de dónde procedían, tan sólo oscuramente. Un denso misterio cubre los orígenes de nuestros Maestros Antiguos, que ni siquiera el conocimiento de los sacerdotes puede desentrañar. Según la tradición, debió ocurrir 3.000 años antes de la hora cero: 13.000 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros. Súbitamente, unas brillantes naves doradas aparecieron en el cielo. Enormes chorros de fuego iluminaron la llanura. La Tierra se estremeció y el trueno retumbó sobre las colinas. El hombre se inclinó lleno de veneración ante los poderosos extranjeros que llegaban para tomar posesión de la Tierra. 

Los extraños dijeron que procedían de un lugar llamado Schwerta, un remoto mundo situado en las profundidades del Universo, en el que vivían sus antepasados y del que habían partido para llevar el conocimiento a otros mundos. Dicen nuestros sacerdotes que era aquél un poderoso imperio formado por muchos planetas, tan numerosos que ambos mundos, el de los Maestros Antiguos y el de la misma Tierra, se encuentran el uno al otro cada 6.000 años. Es entonces cuando regresan los Dioses. 

Con la llegada a nuestro mundo de los extraños visitantes, se inició la Edad de Oro. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra para liberar al hombre de la oscuridad. Y los Dioses los reconocieron como sus propios hermanos. Ellos asentaron a las tribus que vagaban errantes; les dieron partes justas de todas las cosas comestibles. Trabajaron diligentemente para enseñar sus leyes a los hombres, aun cuando su enseñanza encontró oposición. Por esta labor, por todo lo que sufrieron por la Humanidad, y por lo que nos trajeron y nos mostraron, los veneramos como los creadores de nuestra luz. Y nuestros artistas más sublimes han realizado imágenes de los Dioses para que den testimonio durante toda la eternidad de su auténtica grandeza y de su maravilloso poder. Así, la imagen de los Maestros Antiguos ha permanecido presente en nuestro recuerdo hasta nuestras idas. 

En su aspecto físico, los extraños de Schwerta apenas se diferenciaban del hombre. Tenían cuerpos agraciados y la piel blanca. Sus notables rostros, enmarcados por un fino pelo negro-azulado. Una poblada barba cubría el labio superior y el mentón. Al igual que los hombres, eran criaturas vulnerables de carne y hueso. Pero el signo decisivo que distinguía a los Padres Antiguos de los hombres eran los seis dedos en cada una de sus manos y los seis dedos en cada uno de sus pies. Constituía la característica de su origen divino. 

¿Quién puede llegar a desentrañar los actos de los Dioses? ¿Quién puede llegar a comprender sus acciones? Porque seguramente eran poderosas e incomprensibles para los ordinarios mortales. Conocían el curso de las estrellas v las leves de la naturaleza. Verdaderamente, estaban familiarizados con las leyes más profundas del Universo. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra y trajeron la luz. 

Las Tribus Escogidas 

El recuerdo de nuestros más antiguos antepasados me estremece y entristece. Mi corazón está pesaroso porque ahora estamos solos, abandonados por nuestros Maestros Antiguos. Todo nuestro conocimiento, y todo nuestro poder, a ellos se lo debemos. Ellos llevaron al hombre desde la oscuridad hasta la luz. Antes de que los extraños de Schwerta llegaran, los hombres vagaban como niños que no pueden encontrar sus hogares y cuyos corazones no conocen el amor.

Recogían raíces, bulbos y frutas que crecían salvajes; vivían en cuevas y en agujeros en el suelo; disputaban con sus vecinos por el botín cazado. Pero entonces llegaron los Dioses e instituyeron un nuevo orden en el mundo. Enseñaron a los hombres a cultivar la tierra y a criar animales. Les enseñaron a tejer la tela y asignaron hogares permanentes a las familias y a los clanes. Así nacieron las tribus. 

Este fue el comienzo de la luz, de la vida y de la tribu. Los Dioses llamaron a los hombres para que se juntaran. Deliberaron, reflexionaron y celebraron consejos. Y luego adoptaron decisiones. Y de entre todas las personas escogieron a sus servidores para que vivieran con ellos, y a los que les transmitieron sus conocimientos. 

Con las familias escogidas, los Dioses fundaron una nueva tribu y le dieron el nombre de Ugha Mongulala, que en el lenguaje de los Blancos Bárbaros significa las Tribus Escogidas Aliadas. Y como una muestra de su alianza eterna, se emparejaron con sus servidores. Por tanto, y hasta hoy en día, los Ugha Mongulala se parecen físicamente a sus divinos antepasados. Son altos; sus rostros se caracterizan por unos pómulos salientes, una nariz nítidamente delineada, y unos ojos almendrados. Tanto los hombres como las mujeres tienen el mismo pelo espeso negro-azulado. La única diferencia con los Dioses la constituyen los cinco dedos de los mortales en las manos y en los pies. Los Ugha Mongulala son el único pueblo de piel blanca sobre el continente. 

Aunque los Maestros Antiguos retuvieron consigo muchos secretos, la historia de mi pueblo explica también la historia de los Dioses. Los extraños de Schwerta fundaron un poderoso imperio. Con sus conocimientos, su superior sabiduría y sus misteriosas herramientas les fue fácil modificar la Tierra según sus propias ideas. Dividieron el país y construyeron caminos y canales. Sembraron nuevas plantas que el hombre desconocía. Enseñaron a nuestros antepasados que un animal no sólo es una presa sino que asimismo puede ser una valiosa posesión e indispensable contra el hambre. Con mucha paciencia impartieron los conocimientos necesarios para que el hombre pudiera arrancar los secretos de la naturaleza. 

Basados en esta sabiduría, los Ugha Mongulala han sobrevivido durante miles de años a pesar de catástrofes y de guerras terribles. Como los Servidores Escogidos de los Maestros Antiguos, han determinado la historia de la Humanidad durante 12.453 años, tal y como está escrito en la Crónica de Akakor:

La línea de los Servidores Escogidos no se extinguió.

Aquellos que son llamados los Ugha Mongulala sobrevivieron. Muchos de sus hijos murieron en guerras devastadoras; catástrofes terribles visitaron su territorio. Pero la fuerza de los Servidores Escogidos permaneció intacta. Ellos son los maestros. Ellos son los descendientes de los Dioses. 

El imperio de Piedra 

La Crónica de Akakor, la historia escrita del pueblo de los Ugha Mongulala, comienza con la partida de los Maestros Antiguos en el año cero. En ese momento, Ina. El primer príncipe de los Ugha Mongulala, dispuso que todos los acontecimientos quedasen escritos con buenas palabras y con lenguaje claro, y con la debida veneración para con los Maestros Antiguos. Pero la historia de los Servidores Escogidos se remonta más atrás, a la Edad de Oro.

A cuando los Padres Antiguos todavía gobernaban la Tierra. Muy pocos testimonios se han conservado de este periodo. Los Dioses debieron haber establecido un poderoso imperio en el que todas las tribus cumplían unas tareas determinadas y en el que los Ugha Mongulala ocupaban el primer lugar. A ellos les fue concedida una sabiduría mayor que los hizo superiores a todos los demás pueblos. En el año cero, los Dioses legaron sus ciudades y sus templos a las Tribus Escogidas. Han durado 12.000 años. 

Tan sólo unos pocos de los Blancos Bárbaros han visto estos monumentos o la ciudad de Akakor, la capital de mi Pueblo. Algunos soldados españoles que habían sido capturados por los Ugha Mongulala lograron escapar a través de pasadizos subterráneos. Los aventureros y los colonos blancos que descubrieron nuestra capital fueron tomados prisioneros por mi pueblo.

Akakor, la capital del territorio, fue construida hace 14.000 años por nuestros antepasados con la guía de los Maestros Antiguos. También el nombre procede de ellos: Aka significa «fortaleza» y Kor significa «dos». Akakor es la segunda fortaleza. Nuestros sacerdotes hablan asimismo de la primera fortaleza, Akanis. Estaba situada sobre un estrecho istmo en el país que llama México, en el lugar donde los dos océanos se tocan. Akahim, la tercera fortaleza, no es mencionada por la crónica hasta el año 7315. Su historia está muy unida a la de Akakor. 

Nuestra capital está situada sobre un valle elevado en las montañas en la zona fronteriza entre los países llamados Perú y Brasil. Está protegida en tres de sus lados por escarpadas rocas. Al Este, una llanura gradualmente descendente llega hasta la inmensidad de las lianas de la región de los grandes bosques. Toda la ciudad está rodeada por una gran muralla de piedra con trece puertas. Éstas son tan estrechas que únicamente permiten el acceso de las personas de una en una. La llanura del Este, a su vez, está protegida por atalayas de piedra en las que escogidos guerreros se hallan continuamente en vigilancia de los enemigos.

Akakor está dispuesta en rectángulos. Dos calles principales que se cruzan dividen la ciudad en cuatro partes, que corresponden a los cuatro puntos universales de nuestros Dioses. El Gran Templo del Sol y una puerta de piedra tallada de un único bloque están situados sobre una gran plaza en el centro. El templo mira hacia el Este, hacia el Sol naciente, y está decorado con imágenes simbólicas de nuestros Maestros Antiguos. En cada mano, una criatura divina sostiene un cetro en cuyo extremo superior hay una cabeza de jaguar. La figura está coronada con un tocado de ornamentos animales. Una extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada por nuestros sacerdotes, reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades de piedra construidas por nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta semejante. 

El edificio más impresionante de Akakor es el Gran Templo del Sol. Sus paredes exteriores están desnudas y fueron construidas con piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de modo que los rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que se remonta a los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está montado en la parte delantera. Figuras de piedra de tamaño natural flanquean la entrada del templo por ambos lados. Las paredes interiores están tapizadas con relieves. En una gran arca de piedra hundida en la pared delantera del templo se encuentran las primeras leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos. 

Cerca del Gran Templo del Sol se hallan los edificios para los sacerdotes y sus servidores, el palacio del príncipe y los alojamientos de los guerreros. Estos edificios son de forma rectangular y están construidos con bloques de piedra labrada. Los techos se componen de una espesa capa de hierba sostenida por pértigas de bambú. 

Durante el reinado de nuestros Maestros Antiguos, otras veintiséis ciudades de piedra rodeaban Akakor. Todas ellas son mencionadas en la crónica. Las mayores eran Humbaya y Patite, en el país llamado Solivia; Emin, en las zonas bajas del Gran Río; y Cadira, en las montañas del país llamado Venezuela. Pero todas ellas quedaron completamente destruidas por la primera Gran Catástrofe que ocurrió trece años después de la partida de los Dioses. 

Además de estas poderosas ciudades, los Padres Antiguos erigieron tres recintos religiosos sagrados: Salazere, en las zonas altas del Gran Río; Tiahuanaco, sobre el Gran Lago: y Manoa, en la llanura elevada del Sur. Eran las residencias terrestres de los Maestros Antiguos y un lugar prohibido para los Ugha Mongulala. En el centro se levantaba una gigantesca pirámide, y una espaciosa escalera conducía hasta la plataforma en la que los Dioses celebraban ceremonias desconocidas por nosotros.

El edificio principal estaba rodeado de pirámides más pequeñas e interconectadas por columnas, y más allá, sobre unas colinas creadas artificialmente, se situaban otros edificios decorados con láminas que resplandecían. Cuentan los sacerdotes que con la luz del Sol naciente las ciudades de los Dioses parecían estar en llamas. Éstas radiaban una misteriosa luz, que se reflejaba en las montañas nevadas. 

De los tres recintos religiosos sagrados, yo tan sólo he contemplado con mis propios ojos el de Salazere. Se encuentra situado sobre un afluente del Gran Río. A una distancia de unos ocho días de viaje desde la ciudad que los Blancos Bárbaros llaman Manaus. Sus palacios y sus templos han sido completamente cubiertos por la jungla de lianas. Únicamente la cumbre de la gran pirámide se destaca todavía por encima del bosque, cubierta por una densa maleza de matorrales y de árboles. Incluso los iniciados tienen dificultades para encontrar el lugar de residencia de los Dioses.

Está rodeado por profundas marismas, en el territorio de la Tribu que Vive en los Árboles. Esta tribu, tras su primer contacto con los Blancos Bárbaros, se retiró a los bosques inaccesibles que rodean Salazere. Allí el pueblo vive en los árboles como si fueran monos, matando a todo aquel que se atreve a invadir su comunidad. Yo logré dar con el recinto religioso porque hace miles de años esta tribu estuvo aliada con los Ugha Mongulala y respeta todavía los signos secretos del reconocimiento. Estos signos se encuentran grabados sobre una piedra en el borde superior de la plataforma de la pirámide. Aunque nosotros podemos copiarlos, hemos perdido por completo la comprensión de su significado. 

También los recintos religiosos son un misterio para mi pueblo. Sus construcciones son testimonio de un conocimiento superior, incomprensible para los humanos. Para los Dioses, las pirámides no sólo eran lugares de residencia sino también símbolos de la vida y de la muerte. Eran un signo del sol, de la luz, de la vida. Los Maestros Antiguos nos enseñaron que hay un lugar entre la vida y la muerte, entre la vida y la nada, que está sujeto a un tiempo diferente.

Para ellos, las pirámides suponían una conexión con la segunda vida. 

Las residencias subterráneas 

Grande era el conocimiento de los Maestros Antiguos; grande su sabiduría. Su visión alcanzaba a las colinas, a las llanuras, a los bosques, a los mares y a los valles. Eran seres milagrosos. Conocían el futuro. Les había sido revelada la verdad. Eran perspicaces y de gran resolución. Erigieron Akanis, y Akakor, y Akahim. Verdaderamente, sus trabajos eran poderosos, como lo eran los métodos que utilizaron para crearlos: la forma cómo determinaron las cuatro esquinas del Universo y los cuatro lados. Los señores del cosmos, las criaturas de los cielos y de la Tierra, crearon las cuatro esquinas y los cuatro lados del Universo. 

Akakor yace ahora en ruinas. La gran puerta de piedra está derruida. Las lianas crecen en el Gran Templo del Sol. Bajo mis órdenes, y con el acuerdo del consejo supremo y de los sacerdotes, los guerreros de los Ugha Mongulala destruyeron nuestra capital hace tres años. La ciudad habría revelado nuestra presencia a los Blancos Bárbaros, de modo que decidimos abandonar Akakor.

Mi pueblo ha huido al interior de las residencias subterráneas, el último regalo de los Dioses. Tenemos trece ciudades, profundamente ocultas en el interior de las montañas llamadas los Andes. Su plan corresponde al de la constelación de Schwerta, el hogar de los Padres Antiguos. En el centro se sitúa Akakor inferior. La ciudad está edificada sobre una cueva gigantesca hecha por el hombre. Las casas, dispuestas en círculo y rodeadas por una muralla meramente decorativa, flanquean el Gran Templo del Sol, que se destaca en el centro. Al igual que Akakor superior, la ciudad queda dividida por dos calles que se cruzan, correspondiendo a las cuatro esquinas de la Tierra y a los cuatro lados del Universo.

Todos los caminos corren paralelos a aquellas. El edificio más importante es el Gran Templo del Sol, cuyas torres sobresalen por encima de las residencias de los sacerdotes y sus servidores, del palacio del príncipe, de los alojamientos de los guerreros y de las modestas casas del pueblo. En el interior del templo hay doce entradas a los túneles que unen Akakor inferior con otras ciudades subterráneas. Éstos tienen las paredes inclinadas y un techo plano. Los túneles son lo suficientemente grandes como para que cinco hombres puedan caminar erectos. Son necesarios varios días para llegar a cualquiera de estas ciudades desde Akakor.

Biblioteca pléyades.


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