600.000 - 10.481 a. de C.
Es una cuestión muy debatida la
del comienzo de la historia de la Humanidad. Según la Biblia, Dios creó el
mundo en siete días para su propio honor y para el bien de la Humanidad. Hizo
luego al hombre del barro y le insufló el aliento vital. Pero según el Popol
Vuh, el libro de los mayas, el hombre sólo emergería por vez primera con la
cuarta creación divina, después de que los tres mundos anteriores hubieran sido
destruidos por terribles catástrofes. La historiografía tradicional sitúa el
comienzo real de la Humanidad hacia el año 600.000 a. de C., con los primeros
humanos primitivos que no conocían ni las herramientas ni el uso del fuego.
Hacia el año 80.000 a. de C.
aparecería el hombre de Neanderthal, que ya había avanzado tremenda mente
conocía el uso del fuego y había desarrollado ritos funerarios. La prehistoria,
la historia inicial del hombre, comienza en el año 50.000 a.de C., y, según los
hallazgos arqueológicos, ha sido dividida en las Edades de la Piedra, del
Bronce y del Hierro. Durante la Edad de Piedra, el hombre era cazador y
recolector; cazaba mamuts, caballos salvajes y renos. Con la lenta regresión
del casquete de hielos, el hombre seguiría gradualmente a los animales que
estaban migrando hacia el Norte.
La agricultura y los animales
domesticados les eran todavía desconocidos. Sin embargo, sus pinturas sobre las
paredes de las cuevas de cobijo evidenciaban un arte sorprendentemente
sofisticado y basado en ritos de caza mágico-religiosos. Se cree que hacia el
año 25.000 a. de C. las primeras tribus del Asia Central cruzaron los estrechos
de Bering hacia América.
La Crónica de Akakor, la historia
escrita de mi pueblo, comienza en la hora cero, cuando los Dioses nos dejaron.
En aquel momento, Ina, el primer príncipe de los Ugha Mongulala, decidió que
todo lo que fuera a suceder quedase escrito con buenas palabras y con lenguaje
claro. Y así, la Crónica de Akakor da testimonio de la historia del pueblo más
antiguo del mundo, desde sus comienzos, en la hora cero, cuando los Maestros
Antiguos nos dejaron, hasta los tiempos presentes, cuando los Blancos Bárbaros
están tratando de destruir nuestro pueblo.
Explica el testamento de los
Padres Antiguos, sus conocimientos y su sabiduría. Y describe el origen del
tiempo, cuando mi pueblo era el único que poblaba el continente y el Gran Río
fluía en otra dirección, cuando el país todavía era llano y liso como la
espalda de un cordero. Todo esto está escrito en la crónica, la historia de mi
pueblo desde que los Dioses partieron, en la hora cero, y que corresponde al
año 10.481 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros:
Esta es la historia. Esta es la
historia de los Senadores Escogidos. En el comienzo todo era caos. El hombre
vivía como los animales, sin razón y sin conocimiento, sin leyes y sin cultivar
la tierra, sin vestirse y sin ni siquiera cubrir su desnudez. No conocía los
secretos de la naturaleza. Vivía en grupos de dos o tres, cuando un accidente
los había juntado, en cuevas o en hendiduras de las rocas. Los hombres
caminaron en todas las direcciones hasta que los Dioses llegaron. Ellos
trajeron la luz.
No sabemos cuándo sucedió; de
dónde procedían, tan sólo oscuramente. Un denso misterio cubre los orígenes de
nuestros Maestros Antiguos, que ni siquiera el conocimiento de los sacerdotes
puede desentrañar. Según la tradición, debió ocurrir 3.000 años antes de la
hora cero: 13.000 a. de C. según el calendario de los Blancos Bárbaros.
Súbitamente, unas brillantes naves doradas aparecieron en el cielo. Enormes
chorros de fuego iluminaron la llanura. La Tierra se estremeció y el trueno
retumbó sobre las colinas. El hombre se inclinó lleno de veneración ante los
poderosos extranjeros que llegaban para tomar posesión de la Tierra.
Los extraños dijeron que
procedían de un lugar llamado Schwerta, un remoto mundo situado en las
profundidades del Universo, en el que vivían sus antepasados y del que habían
partido para llevar el conocimiento a otros mundos. Dicen nuestros sacerdotes
que era aquél un poderoso imperio formado por muchos planetas, tan numerosos
que ambos mundos, el de los Maestros Antiguos y el de la misma Tierra, se
encuentran el uno al otro cada 6.000 años. Es entonces cuando regresan los
Dioses.
Con la llegada a nuestro mundo de
los extraños visitantes, se inició la Edad de Oro. Ciento treinta familias de
los Padres Antiguos vinieron a la Tierra para liberar al hombre de la
oscuridad. Y los Dioses los reconocieron como sus propios hermanos. Ellos
asentaron a las tribus que vagaban errantes; les dieron partes justas de todas
las cosas comestibles. Trabajaron diligentemente para enseñar sus leyes a los
hombres, aun cuando su enseñanza encontró oposición. Por esta labor, por todo
lo que sufrieron por la Humanidad, y por lo que nos trajeron y nos mostraron,
los veneramos como los creadores de nuestra luz. Y nuestros artistas más
sublimes han realizado imágenes de los Dioses para que den testimonio durante
toda la eternidad de su auténtica grandeza y de su maravilloso poder. Así, la
imagen de los Maestros Antiguos ha permanecido presente en nuestro recuerdo
hasta nuestras idas.
En su aspecto físico, los
extraños de Schwerta apenas se diferenciaban del hombre. Tenían cuerpos
agraciados y la piel blanca. Sus notables rostros, enmarcados por un fino pelo
negro-azulado. Una poblada barba cubría el labio superior y el mentón. Al igual
que los hombres, eran criaturas vulnerables de carne y hueso. Pero el signo
decisivo que distinguía a los Padres Antiguos de los hombres eran los seis
dedos en cada una de sus manos y los seis dedos en cada uno de sus pies.
Constituía la característica de su origen divino.
¿Quién puede llegar a desentrañar
los actos de los Dioses? ¿Quién puede llegar a comprender sus acciones? Porque
seguramente eran poderosas e incomprensibles para los ordinarios mortales.
Conocían el curso de las estrellas v las leves de la naturaleza.
Verdaderamente, estaban familiarizados con las leyes más profundas del
Universo. Ciento treinta familias de los Padres Antiguos vinieron a la Tierra y
trajeron la luz.
Las Tribus Escogidas
El recuerdo de nuestros más
antiguos antepasados me estremece y entristece. Mi corazón está pesaroso porque
ahora estamos solos, abandonados por nuestros Maestros Antiguos. Todo nuestro
conocimiento, y todo nuestro poder, a ellos se lo debemos. Ellos llevaron al
hombre desde la oscuridad hasta la luz. Antes de que los extraños de Schwerta
llegaran, los hombres vagaban como niños que no pueden encontrar sus hogares y
cuyos corazones no conocen el amor.
Recogían raíces, bulbos y frutas
que crecían salvajes; vivían en cuevas y en agujeros en el suelo; disputaban
con sus vecinos por el botín cazado. Pero entonces llegaron los Dioses e
instituyeron un nuevo orden en el mundo. Enseñaron a los hombres a cultivar la
tierra y a criar animales. Les enseñaron a tejer la tela y asignaron hogares
permanentes a las familias y a los clanes. Así nacieron las tribus.
Este fue el comienzo de la luz,
de la vida y de la tribu. Los Dioses llamaron a los hombres para que se
juntaran. Deliberaron, reflexionaron y celebraron consejos. Y luego adoptaron
decisiones. Y de entre todas las personas escogieron a sus servidores para que
vivieran con ellos, y a los que les transmitieron sus conocimientos.
Con las familias escogidas, los
Dioses fundaron una nueva tribu y le dieron el nombre de Ugha Mongulala, que en
el lenguaje de los Blancos Bárbaros significa las Tribus Escogidas Aliadas. Y
como una muestra de su alianza eterna, se emparejaron con sus servidores. Por
tanto, y hasta hoy en día, los Ugha Mongulala se parecen físicamente a sus
divinos antepasados. Son altos; sus rostros se caracterizan por unos pómulos
salientes, una nariz nítidamente delineada, y unos ojos almendrados. Tanto los
hombres como las mujeres tienen el mismo pelo espeso negro-azulado. La única
diferencia con los Dioses la constituyen los cinco dedos de los mortales en las
manos y en los pies. Los Ugha Mongulala son el único pueblo de piel blanca
sobre el continente.
Aunque los Maestros Antiguos
retuvieron consigo muchos secretos, la historia de mi pueblo explica también la
historia de los Dioses. Los extraños de Schwerta fundaron un poderoso imperio.
Con sus conocimientos, su superior sabiduría y sus misteriosas herramientas les
fue fácil modificar la Tierra según sus propias ideas. Dividieron el país y
construyeron caminos y canales. Sembraron nuevas plantas que el hombre
desconocía. Enseñaron a nuestros antepasados que un animal no sólo es una presa
sino que asimismo puede ser una valiosa posesión e indispensable contra el hambre.
Con mucha paciencia impartieron los conocimientos necesarios para que el hombre
pudiera arrancar los secretos de la naturaleza.
Basados en esta sabiduría, los
Ugha Mongulala han sobrevivido durante miles de años a pesar de catástrofes y
de guerras terribles. Como los Servidores Escogidos de los Maestros Antiguos,
han determinado la historia de la Humanidad durante 12.453 años, tal y como
está escrito en la Crónica de Akakor:
La línea de los Servidores
Escogidos no se extinguió.
Aquellos que son llamados los
Ugha Mongulala sobrevivieron. Muchos de sus hijos murieron en guerras
devastadoras; catástrofes terribles visitaron su territorio. Pero la fuerza de
los Servidores Escogidos permaneció intacta. Ellos son los maestros. Ellos son
los descendientes de los Dioses.
El imperio de Piedra
La Crónica de Akakor, la historia
escrita del pueblo de los Ugha Mongulala, comienza con la partida de los
Maestros Antiguos en el año cero. En ese momento, Ina. El primer príncipe de
los Ugha Mongulala, dispuso que todos los acontecimientos quedasen escritos con
buenas palabras y con lenguaje claro, y con la debida veneración para con los
Maestros Antiguos. Pero la historia de los Servidores Escogidos se remonta más
atrás, a la Edad de Oro.
A cuando los Padres Antiguos
todavía gobernaban la Tierra. Muy pocos testimonios se han conservado de este
periodo. Los Dioses debieron haber establecido un poderoso imperio en el que
todas las tribus cumplían unas tareas determinadas y en el que los Ugha
Mongulala ocupaban el primer lugar. A ellos les fue concedida una sabiduría
mayor que los hizo superiores a todos los demás pueblos. En el año cero, los
Dioses legaron sus ciudades y sus templos a las Tribus Escogidas. Han durado 12.000
años.
Tan sólo unos pocos de los
Blancos Bárbaros han visto estos monumentos o la ciudad de Akakor, la capital
de mi Pueblo. Algunos soldados españoles que habían sido capturados por los
Ugha Mongulala lograron escapar a través de pasadizos subterráneos. Los
aventureros y los colonos blancos que descubrieron nuestra capital fueron
tomados prisioneros por mi pueblo.
Akakor, la capital del
territorio, fue construida hace 14.000 años por nuestros antepasados con la
guía de los Maestros Antiguos. También el nombre procede de ellos: Aka
significa «fortaleza» y Kor significa «dos». Akakor es la segunda fortaleza.
Nuestros sacerdotes hablan asimismo de la primera fortaleza, Akanis. Estaba
situada sobre un estrecho istmo en el país que llama México, en el lugar donde
los dos océanos se tocan. Akahim, la tercera fortaleza, no es mencionada por la
crónica hasta el año 7315. Su historia está muy unida a la de Akakor.
Nuestra capital está situada
sobre un valle elevado en las montañas en la zona fronteriza entre los países
llamados Perú y Brasil. Está protegida en tres de sus lados por escarpadas
rocas. Al Este, una llanura gradualmente descendente llega hasta la inmensidad
de las lianas de la región de los grandes bosques. Toda la ciudad está rodeada
por una gran muralla de piedra con trece puertas. Éstas son tan estrechas que
únicamente permiten el acceso de las personas de una en una. La llanura del
Este, a su vez, está protegida por atalayas de piedra en las que escogidos
guerreros se hallan continuamente en vigilancia de los enemigos.
Akakor está dispuesta en
rectángulos. Dos calles principales que se cruzan dividen la ciudad en cuatro
partes, que corresponden a los cuatro puntos universales de nuestros Dioses. El
Gran Templo del Sol y una puerta de piedra tallada de un único bloque están
situados sobre una gran plaza en el centro. El templo mira hacia el Este, hacia
el Sol naciente, y está decorado con imágenes simbólicas de nuestros Maestros
Antiguos. En cada mano, una criatura divina sostiene un cetro en cuyo extremo
superior hay una cabeza de jaguar. La figura está coronada con un tocado de
ornamentos animales. Una extraña escritura, y que sólo puede ser interpretada
por nuestros sacerdotes, reseña la fundación de la ciudad. Todas las ciudades
de piedra construidas por nuestros Maestros Antiguos tienen una puerta
semejante.
El edificio más impresionante de
Akakor es el Gran Templo del Sol. Sus paredes exteriores están desnudas y
fueron construidas con piedras artísticamente labradas. El techo está abierto de
modo que los rayos del Sol naciente puedan llegar hasta un espejo de oro, que
se remonta a los tiempos de los Maestros Antiguos, y que está montado en la
parte delantera. Figuras de piedra de tamaño natural flanquean la entrada del
templo por ambos lados. Las paredes interiores están tapizadas con relieves. En
una gran arca de piedra hundida en la pared delantera del templo se encuentran
las primeras leyes escritas de nuestros Maestros Antiguos.
Cerca del Gran Templo del Sol se
hallan los edificios para los sacerdotes y sus servidores, el palacio del
príncipe y los alojamientos de los guerreros. Estos edificios son de forma
rectangular y están construidos con bloques de piedra labrada. Los techos se
componen de una espesa capa de hierba sostenida por pértigas de bambú.
Durante el reinado de nuestros
Maestros Antiguos, otras veintiséis ciudades de piedra rodeaban Akakor. Todas
ellas son mencionadas en la crónica. Las mayores eran Humbaya y Patite, en el
país llamado Solivia; Emin, en las zonas bajas del Gran Río; y Cadira, en las
montañas del país llamado Venezuela. Pero todas ellas quedaron completamente
destruidas por la primera Gran Catástrofe que ocurrió trece años después de la
partida de los Dioses.
Además de estas poderosas
ciudades, los Padres Antiguos erigieron tres recintos religiosos sagrados:
Salazere, en las zonas altas del Gran Río; Tiahuanaco, sobre el Gran Lago: y
Manoa, en la llanura elevada del Sur. Eran las residencias terrestres de los
Maestros Antiguos y un lugar prohibido para los Ugha Mongulala. En el centro se
levantaba una gigantesca pirámide, y una espaciosa escalera conducía hasta la
plataforma en la que los Dioses celebraban ceremonias desconocidas por
nosotros.
El edificio principal estaba
rodeado de pirámides más pequeñas e interconectadas por columnas, y más allá,
sobre unas colinas creadas artificialmente, se situaban otros edificios
decorados con láminas que resplandecían. Cuentan los sacerdotes que con la luz
del Sol naciente las ciudades de los Dioses parecían estar en llamas. Éstas
radiaban una misteriosa luz, que se reflejaba en las montañas nevadas.
De los tres recintos religiosos
sagrados, yo tan sólo he contemplado con mis propios ojos el de Salazere. Se
encuentra situado sobre un afluente del Gran Río. A una distancia de unos ocho
días de viaje desde la ciudad que los Blancos Bárbaros llaman Manaus. Sus
palacios y sus templos han sido completamente cubiertos por la jungla de
lianas. Únicamente la cumbre de la gran pirámide se destaca todavía por encima
del bosque, cubierta por una densa maleza de matorrales y de árboles. Incluso
los iniciados tienen dificultades para encontrar el lugar de residencia de los
Dioses.
Está rodeado por profundas
marismas, en el territorio de la Tribu que Vive en los Árboles. Esta tribu,
tras su primer contacto con los Blancos Bárbaros, se retiró a los bosques
inaccesibles que rodean Salazere. Allí el pueblo vive en los árboles como si
fueran monos, matando a todo aquel que se atreve a invadir su comunidad. Yo
logré dar con el recinto religioso porque hace miles de años esta tribu estuvo
aliada con los Ugha Mongulala y respeta todavía los signos secretos del
reconocimiento. Estos signos se encuentran grabados sobre una piedra en el
borde superior de la plataforma de la pirámide. Aunque nosotros podemos
copiarlos, hemos perdido por completo la comprensión de su significado.
También los recintos religiosos
son un misterio para mi pueblo. Sus construcciones son testimonio de un
conocimiento superior, incomprensible para los humanos. Para los Dioses, las
pirámides no sólo eran lugares de residencia sino también símbolos de la vida y
de la muerte. Eran un signo del sol, de la luz, de la vida. Los Maestros
Antiguos nos enseñaron que hay un lugar entre la vida y la muerte, entre la
vida y la nada, que está sujeto a un tiempo diferente.
Para ellos, las pirámides
suponían una conexión con la segunda vida.
Las residencias
subterráneas
Grande era el conocimiento de los
Maestros Antiguos; grande su sabiduría. Su visión alcanzaba a las colinas, a
las llanuras, a los bosques, a los mares y a los valles. Eran seres milagrosos.
Conocían el futuro. Les había sido revelada la verdad. Eran perspicaces y de
gran resolución. Erigieron Akanis, y Akakor, y Akahim. Verdaderamente, sus
trabajos eran poderosos, como lo eran los métodos que utilizaron para crearlos:
la forma cómo determinaron las cuatro esquinas del Universo y los cuatro lados.
Los señores del cosmos, las criaturas de los cielos y de la Tierra, crearon las
cuatro esquinas y los cuatro lados del Universo.
Akakor yace ahora en ruinas. La
gran puerta de piedra está derruida. Las lianas crecen en el Gran Templo del
Sol. Bajo mis órdenes, y con el acuerdo del consejo supremo y de los
sacerdotes, los guerreros de los Ugha Mongulala destruyeron nuestra capital hace
tres años. La ciudad habría revelado nuestra presencia a los Blancos Bárbaros,
de modo que decidimos abandonar Akakor.
Mi pueblo ha huido al interior de
las residencias subterráneas, el último regalo de los Dioses. Tenemos trece
ciudades, profundamente ocultas en el interior de las montañas llamadas los
Andes. Su plan corresponde al de la constelación de Schwerta, el hogar de los
Padres Antiguos. En el centro se sitúa Akakor inferior. La ciudad está
edificada sobre una cueva gigantesca hecha por el hombre. Las casas, dispuestas
en círculo y rodeadas por una muralla meramente decorativa, flanquean el Gran
Templo del Sol, que se destaca en el centro. Al igual que Akakor superior, la
ciudad queda dividida por dos calles que se cruzan, correspondiendo a las cuatro
esquinas de la Tierra y a los cuatro lados del Universo.
Todos los caminos corren
paralelos a aquellas. El edificio más importante es el Gran Templo del Sol,
cuyas torres sobresalen por encima de las residencias de los sacerdotes y sus
servidores, del palacio del príncipe, de los alojamientos de los guerreros y de
las modestas casas del pueblo. En el interior del templo hay doce entradas a
los túneles que unen Akakor inferior con otras ciudades subterráneas. Éstos
tienen las paredes inclinadas y un techo plano. Los túneles son lo
suficientemente grandes como para que cinco hombres puedan caminar erectos. Son
necesarios varios días para llegar a cualquiera de estas ciudades desde Akakor.
Biblioteca pléyades.
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