¿Y qué hace un Muro allí, en
medio del desierto?
Hemos sido condicionados desde un
inicio por la época, el entorno, la familia y los conocimientos. Fuimos
construyéndolos con aquellos materiales que nos han sido entregados u omitidos.
Por lo que podríamos decir, sin equivocarnos, que somos lo que han hecho de
nosotros.
Aprendimos desde muy temprana
edad a valorar lo que nos han enseñado a valorar y a despreciar lo que nos han
enseñado a despreciar.
Desconocemos el juicio propio
pero no por la ausencia de valores, sino por ignorar qué es lo propio.
Y cuando comenzamos a intentar
“modificarnos” nos sorprende el hallazgo de un Muro que nos recuerda que ya
Somos.
¿Por qué creen que nadie nos
advertirá que es imposible desmantelar nuestra estructura psicológica?
Porque desconocen que incluido en
ese “pack” del condicionamiento existe la programación de la posibilidad del
“cambio” como una variable más dentro de la misma falsa personalidad.
Podemos optar o no por iniciar
dicho cambio. Sin embargo, la matriz inicial será inmune a las de
modificaciones que se le pretenda ejercer desde este lugar de la voluntad.
Y a pesar de que nuestra
intención para generar variaciones nos dé la sensación de haber logrado
cambios, lo cierto es que por ser procesos ilusorios al cavo de un tiempo se
disuelven dentro de la matriz dejando ver nuevamente la única realidad:
La solidez del Muro.
Nuestra verdadera personalidad.
A pesar de todos los cambios que
percibamos dentro del espectro, de la dicha a la desdicha, seguiremos siendo
los mismos. Permaneciendo dentro de la celda matricial de nuestra estructura
psicológica primaria. Siempre con la transitoria sensación de haber logrado
modificarnos.
Esta celda viene siendo
construida desde siempre para nuestro uso. En parte como designo natural de la
especie y en los hechos siendo re acondicionada por el inconsciente colectivo de
la humanidad.
Así también cumpliremos en colaborar en la formación de las celdas futuras. Las de nuestra progenie.
La matriz que soporta los
programas (formas del ser) siempre es la misma para cada individuo.
Las variables que se forman como
reacción a lo heredado, que es inmodificable (matriz de la personalidad),
coexisten entre sí dentro del espacio matricial en forma de diferentes “YOES”.
Surgiendo de manera reactiva al
molde que los contiene.
Estas reacciones que de por si no
poseen identidad propia, es a lo que desde niños llamamos YO.
Digamos que lo que creemos ser
son, en realidad, luces de artificio.
Desde aquí nuestra laboriosa
misión por cambiar es una tarea imposible, dado que no podemos, utilizando
herramientas ilusorias (yo es), intentar modificar lo que no existe.
Nuestro legado es la matriz,
nuestra herencia ancestral. Nuestro ser verdadero al que no debemos modificar,
sino más bien descubrir y abordar. Como un náufrago recala su balsa en una
inhóspita playa virgen.
Antes de “Despertar” somos la
energía que reacciona contra la matriz, sin dirección definida. Generando
múltiples formas de ser (yo es). Y vivimos en constantes altibajos conforme
sean sus combinaciones.
Estamos escindidos del
Muro.
No podemos percibirlo.
Podemos llegar a intuir, si
alguno de nuestros yoes cobra cierta calidad energética (que varios formen
uno), la existencia de "algo" sólido, permanente, que nos limita y
re-direcciona.
Los yoes modifican sus rutas
exigidos por una frontera invisible que los obliga a variar de rumbo.
No podemos percibir al Muro dado
que nuestro instrumento de percepción (conciencia) es irreal y está capacitado
sólo para captar lo ilusorio, insustancial e impermanente.
No logramos “ver” la solidez dado
que hemos sido programados para alojar nuestro YO sobre estados discontinuos,
transitorios y reactivos, e identificamos como nuestra personalidad genuina a
dichos estados.
Dicha personalidad no está
capacitada para captar el Muro. Y es sólo la manera individual que poseemos de
reaccionar al molde.
Esas reacciones son las que nos
dan una ficticia sensación de ser.
Es por lo que ninguna persona
puede morir antes de haber “Despertado”.
Lo que ocurre es que determinadas
reacciones cesan de producirse de forma definitiva (las propias del ser
ficticio). Este "ser" nunca fue real como para poder morir. Deberá
primero nacer de verdad, y para ello necesitará encontrar el camino que
deposite su YO sobre el Muro.
Los yo es son diferentes formas
de ser que en determinada época, ya entrada la madures, florecen y fructifican.
Al igual que un árbol que se expande en reacción al determinismo de la matriz
real (raíz).
Y es el aroma inconfundible de sus frutos, lo que nos da la sensación de haber cambiado.
¡Nada más falso!
Sólo será un efecto que se
consume a sí mismo. Perdiendo su energía hasta agotarse dentro del espacio
matricial que actúa como un contenedor inmodificable.
Lo que conocemos como nuestra
personalidad es un conjunto inestable de reacciones producidas por el choque
entre la demanda del entorno contra el sólido Muro de la matriz.
Cuando logramos
"encajar" esas reacciones en el “molde” (temporalmente, porque las
reacciones varían en fuerza y tamaño), las energías reactivas se estabilizan,
dándonos una percepción general (sinestesia) que llamamos “felicidad” o “estado
de plenitud”.
Digamos que felicidad es ocupar
el "molde" de forma exacta. No debe sobrar ni faltar energía
(homeostasis).
Cuando la energía no logra la
adaptación por exceder en fuerza al espacio dado en la matriz, las “chispas” de
las reacciones sobre el molde producen cortocircuitos intermitentes, a los que
llamamos infelicidad o estado de insatisfacción emotiva. Sentimos que nos falta
espacio (claustrofobia).
Pero como todo lo que ocurre
dentro de la matriz es inestable, por ser reactivo y por lo tanto
ilusorio, tenemos también el estado opuesto.
La ausencia de fuerza suficiente
para provocar la reacción al molde no genera energía. La matriz no logra
completarse. El resultado es la apatía, el aburrimiento.
Profundas sensaciones de
vacío.
Sentimos que nos sobra espacio
(agorafobia).
Ambos modelos emocionales suelen
alternarse, como si fuera un subibaja psico-anímico.
Lo único real es la matriz que
heredamos de la vida en su conjunto. A decir verdad somos es el Muro.
Nuestro Yo real.
¿Y qué es lo que hace un Muro
allí, en medio de un vasto e interminable desierto?
Solamente si el Muro girara sobre
sí, en forma de círculo, podría entonces distinguirse un desierto de otro.
Interno por dentro. Externo por fuera.
El Muro ha venido a crear
regiones.
Millones y millones de Muros
circulares simulan ser gotas en dónde sólo existe un infinito océano.
No importa qué clase de muro
seamos, dado que no tenemos la posibilidad de elegirlo ni de cambiarlo.
El muro nos fue otorgado.
Lo que importa es lo que no se
ve. Aquello a lo que el muro circular va a proteger dentro de su dominio.
Podemos elegir sólo lo que
debemos custodiar. Aquel contenido que guardaremos por un tiempo.
Nunca podremos elegir con que
custodiarlo dado que la herramienta es el Muro mismo.
Y es ahí en donde encuentra la
magia. El verdadero cambio. Dado que aquello que elegimos atesorar impregnará
cada ladrillo de nuestro YO REAL. Transformando a nuestro Muro heredado en la
esencia misma de lo que hemos decidido guardar.
Quien atesore el bien, será el
bien. Y quien atesore el mal, será el mal.
Allí en donde se encuentra tu
corazón estará tu tesoro.
La Ciudad de Dios no es una
fortaleza amurallada en la que se impide el ingreso al mal.
Sino la correcta elección del que
con su YO REAL acude a cobijar el bien en las condiciones que sea.
La Ciudad de Dios no es un lugar
físico en donde permanecer.
Es una actitud Espiritual.
Consiste en hacer visible al Muro
mediante la adquisición de una conciencia "nueva".
Aquella que logre desalojar al yo
ilusorio del contenido de la matriz para transportarlo al continente.
En el que crecerá firme como un
yo no reactivo, alerta y real.
El YO ÚNICO.
AXSER
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