Noha Seatt (Seattle) Jefe Indio
de los Dwamish (1786-1866) El emotivo recuerdo para alguien que supo encontrar
en la Naturaleza su razón de ser, que supo que el hombre no es más que una
simple pieza dentro del complejo orden natural. Así r.
"¿Cómo se puede comprar o
vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra?. Dicha idea nos es
desconocida, Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las
aguas, ¿cómo podrán ustedes comprarlos?.
Cada parcela de esta tierra es
sagrada para mi pueblo, cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las
playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta el
sonido de cada insecto es sagrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La
savia que circula por la vena de los árboles lleva consigo las memorias de los
pieles rojas. Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando
emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio nuestros muertos nunca
pueden olvidar esta bondadosa tierra puesto que es la madre de las pieles
rojas.
Somos parte de la tierra y
asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras
hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos.
Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el
hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros.
Él se convertirá en nuestro padre
y nosotros en sus hijos. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras
tierras. Ello no es fácil ya que esta tierra es sagrada para nosotros. El agua
cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente agua sino también
representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestras tierras,
deben recordar que son sagradas y a la vez deben enseñar a sus hijos que son
sagradas y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos
cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del
agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos y
sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros
hijos. Si les vendemos nuestras tierras ustedes deben recordar y enseñarles a
sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y por lo
tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no
comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra
y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que
necesita. La tierra no es su hermano sino su enemiga, y una vez conquistada
sigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le
secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus
padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la
tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan
y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra
dejando atrás sólo un desierto.
No sé, pero nuestro modo de vida
es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del
piel roja. Pero quizá sea que el piel roja es un salvaje y no comprende nada.
No existe un lugar tranquilo en
las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las
hojas de los árboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizá
también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido
sólo parece insultar nuestros oídos. Y después de todo, ¿Para qué sirve la vida
si el hombre no puede escuchar el grito solitario del pájaro amigo ni las
discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y
nada entiendo.
Nosotros preferimos el suave
susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese
mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de
pinos.
El aire tiene un valor
inestimable para el piel roja ya que todos los seres comporten un mismo
aliento:
la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El
hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que
agoniza durante muchos días es insensible al hedor.
Pero si les vendemos
nuestras tierras deben recordar que el aire nos es inestimable, que el aire
comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio o nuestros
abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les
vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y
sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco puede saborear el viento
perfumado por las flores de las praderas. Por ello consideraremos su oferta de
comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el
hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.
Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida.
He visto a miles de búfalos
pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren
en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede
importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué
sería del hombre sin los animales?
Si todos fueran exterminados, el hombre
también moriría de una gran soledad espiritual. Porque lo que le suceda a los
animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que
el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos
que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de
que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los
nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra le
ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se
escupen a sí mismos.
Ésto sabemos: la tierra no
pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Ésto sabemos. Todo va
enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. Todo lo que
le ocurra a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió
la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a
sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo
a amigo, no queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos
hermanos.
Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un
día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les
pertenece lo mismo que desea que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es
así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre la
piel roja y el hombre blanco.
Esta tierra tiene un valor
inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los
blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Contaminen sus
lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes
caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del
Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio
dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para
nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los
caballos salvajes, se saturan los secretos rincones de los bosques con el
aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas
con cables parlantes.
¿Dónde está el matorral?
Destruido. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la
supervivencia.”
Jefe Indio Noah Seattle (1885).
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