Todos hablamos frecuentemente de
la conciencia y parece que todos sabemos a qué nos referimos; sin embargo,
ninguno podemos explicarla.
El tao que puede nombrarse, no es
el eterno Tao…
La palabra conciencia proviene
del latín, conscious, y se compone de con (juntos) y scio (conocer), lo cual
sugiere un conocimiento compartido, o una especie de acuerdo perceptivo. Por
ejemplo Hobbes, es su Leviatán, habla de que “Cuando dos o más personas conocen
el mismo hecho, entonces se dice que concientes sobre esto, el uno ante el
otro”. En este sentido la conciencia pareciera una especie de eco resonado que
surge en al menos dos personas, y que al comprobar esta resonancia, entonces se
le legitima como algo consciente.
Una perspectiva occidental
En occidente, uno de los primeros
pensadores en tratar de deshebrar fue Descartes, quien a partir de su
influyente dualismo definió una relación opuesta entre lo inmaterial (el rex
cogans de la mente) y lo material (el res extensa del cuerpo) –y en algún punto
climático de esta interacción se ubicaría la conciencia. Tras varios
acercamientos posteriores, y luego del surgimiento de la mecánica cuántica,
científicos acusaron la imposibilidad de la física tradicional para explicar el
fenómeno consciente –en respuesta surgieron teorías alternas, entre ellas la
del Cerebro Holo nómico, de Karl Pribram, inspirada en la naturaleza
holográfica propuesta por David Bohm.
No tenemos idea del cómo emerge
la conciencia a partir de la actividad física del cerebro, y tampoco podemos determinar
si la conciencia puede emerger en sistemas no-biológicos, por ejemplo las
computadoras. A estas alturas el lector esperará encontrar una minuciosa y
precisa definición de la conciencia. Pero quedará decepcionado. Conciencia aún
no se ha convertido en un término científico que pueda definirse cabalmente.
Definiciones precisas de diversos aspectos de la conciencia emergerán más
adelante… algo que en esta fase resulta prematuro. (Human Brain Function, p.
269, capítulo 16 “The Neural Correlates of Consciousness”, 2004)
Budismo y conciencia
En la dimensión mística,
particularmente en el budismo, el concepto de conciencia ha sido aún más
recurrido que en la ciencia. Y a pesar de que en ocasiones parece transmitirlo
con mayor fidelidad, su traducción a un plano de entendimiento racional también
resulta insuficiente. El budismo, por ejemplo, advierte que la conciencia no
puede definirse como tal, sino que su esencia está diseñada para
experimentarse.
Dentro de la escritura conocida
como Majjhima Nikaya, que compila 152 discursos atribuidos a Buda y sus
discípulos, encontramos el siguiente pasaje:
Dependiente de la vista y las
formas, la conciencia visual emerge. El encuentro entre los tres, es el
contacto. Mediante el contacto se crea el sentimiento. Lo que uno siente,
entonces lo percibe. Lo que percibimos lo pensamos, y nuestros pensamientos son
reproducciones mentales. Con aquello que nosotros hemos mentalmente reproducido
como la fuente, la percepción y las nociones que resultan de esta reproducción
mental, acosan al hombre con respecto a su pasado, futuro, y a las formas
presentes que son entendibles mediante la vista.
Tal parece que en un contexto
budista la conciencia se refiere a la sucesión de elementos psico-físicos, es
un proceso que, aunque siempre replicable, florece y luego se aleja, y que
incluye múltiples ingredientes, como la percepción, la sensación, el
sentimiento, y el procesamiento de esta información en nuestra mente.
Una reflexión consciente
Lao Tzu advertía que la clave
para crecer como ser humano es introducir dimensiones más elevadas de
conciencia a nuestro estado de alerta perceptiva. Esto nos remite a la idea de
que la conciencia es una especie de filtro a través del cual se procesa la
información que recibimos mediante los sentidos –una especie de catalizador
moldeable. La conciencia podría ser ese estanque en el cual sumergimos nuestra
percepción en ella misma, y obtenemos información con la cual construimos una
realidad, y nos insertamos en ella.
Por otro lado la tarea de definir
la conciencia resulta en un ejercicio ourobórico, inevitablemente
auto-referencial, lo cual de nuevo sugiere la imposibilidad de “narrarla”
racionalmente. También podríamos asignarle la cualidad de omnipresencia, ya que
en términos prácticos algo existe hasta el momento en el que logramos
insertarlo en este diálogo entre el interior y el exterior. Desde esta
perspectiva, entonces la conciencia es aquello que montamos dentro de ese
escenario, el vacío original, que es lo único que puede existir de sin depender
de que alguien lo procese, lo haga consciente.
En fin podríamos seguir
malabareando con nociones, recursos mentales y referencias culturales, para
librar con éxito esta compleja y autoimpuesta misión de definir la conciencia.
Pero lo más probable es que eso simplemente prolongue el coqueteo racional con
un infinito loop. En este sentido parece que la conciencia, su anatomía, está
impregnada del perfume de la paradoja –parece que todos ‘sabemos’ lo que es
pero que nadie puede explicarla.
Un constante en la
racionalización intuitiva del concepto, apunta a la figura de un mediador entre
nuestro interior y aquello que nos rodea, pero que al mismo tiempo actúa como
intérprete en un diálogo que sostenemos con nosotros mismos –como un guión ya
escrito y a la vez editable en tiempo real.
Tal vez la conciencia es solo eso
que nos permite darnos cuenta que la conciencia no puede definirse (pero
tampoco negarse) –algo como el universo auto-percibiéndose, y celebrándolo con
cada uno de nosotros.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis
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