El
Caminante, ese ser mitológico que viaja constantemente por los senderos del
universo.
Cuentan
aquellos que le han visto, que su rostro no tiene edad ya que se mueve en
contra del tiempo.
También comentan que marcha con ligereza y que no tiene
sombra, pues camina sin carga alguna. El Caminante viaja con desmesura. Su
viaje no tiene un destino predeterminado, por lo cual su vida no está sometida
a las leyes de la racionalidad. El Caminante se alimenta de la travesía, del
viaje, come allí donde le invitan a saciar su hambre y duerme donde las
primeras estrellas le recomiendan.
El
Caminante habla poco, normalmente pasa los días observando el mundo a su
alrededor, impregnándose del rocío de la madrugada y zambulléndose en las
grandes lunas de agosto. Tampoco planea sus viajes en torno a las estaciones.
No es anormal verlo subiendo cumbres en mitad del crudo invierno o atravesando
desiertos ardientes cuando los días son más largos. Él sabe bien que es en la
adversidad donde suelen esconderse los duendes de la sabiduría y las hadas de
la inspiración. También sabe que es al final de las más duras jornadas donde
esperan las más deseadas recompensas. Como dice el sabio proverbio: “Es desde
las cimas más altas desde donde se contemplan los paisajes más bellos”.
El Caminante viaja solo. No porque desprecie la compañía de otros viajeros sino porque su itinerario es único y su aprendizaje individual. A veces pasa temporadas en una cueva con un viejo chamán, aprendiendo los secretos de los nevados. En otras ocasiones se sumerge en selvas impenetrables y hace amistad con los centinelas del bosque.
Cuando se equivoca de camino, retrocede
cientos de millas para tomar otro sendero. Pero no le importa, lo hace con
ilusión y muchas veces hasta rechaza los consejos de los pueblerinos que
prestos le indican atajos por el medio del bosque. “No hay prisa”, les responde,
“lo importante es andar todo el camino como está escrito ya que nunca se sabe a
quién o qué vamos a encontrar.” En ocasiones, los Caminantes se reúnen en algún
lugar mágico custodiado desde tiempos ancestrales por los sabios druidas o por
los espíritus del bosque. Se saludan con fervor, se abrazan y besan, y acampan
juntos.
Cuando cae la noche, escuchan las
conversaciones de las estrellas, bailan con las salamandras alrededor del
fuego, y escriben poesías y canciones de amor a la madre que todos los días les
protege con su manto de colores. Al despuntar el alba, dan gracias al rey de
los astros y se despiden con alegría, pues saben que los Caminantes nunca se
separan.
Cuenta una vieja leyenda, que un día el planeta se llenará de Caminantes que convencerán al Señor del Destino para que abra las puertas del sol. Ese día la Tierra se inundará de una luz brillante que purificará los ríos hediondos, los bosques macilentos recuperarán su magia original y del centro del universo descenderá un arco iris de terciopelo que indicará el camino de la eternidad a los habitantes del Mundo de la Magia.
Yo soy el Caminante de la Noche Azul. Esta es mi historia…
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