Resulta estimulante comprobar
cómo en los últimos años se ha acrecentado el interés público por la Sabiduría
Ancestral. Una cosmovisión de orígenes remotos y generalmente asociada a grupos
étnicos en épocas naturalistas de sus propias líneas de Tiempo. O para ponerlo
más claro, hablamos de Sabiduría Ancestral y pensamos en chamanes amerindios,
siberianos, africanos, asiáticos, polinésicos. Y por inevitable extensión del
mercadeo, el “packaging” de quienes difunden esas enseñanzas debe estar en
sintonía con esa presunción. Así, formadores consanguíneos a incas,
mexicas, yorubas, mapuches, celtas y un largo etcétera, idealmente con
ropajes típicos representan a los ojos de muchos el paradigma del camino
ancestral.
Y está bien que así sea; después
de siglos de ninguneo, de oscurantismo, de explotación o marginación, el
orgullo por las raíces y la reivindicación de las costumbres de la raza es un
bien que debe ser respetado. El problema es cuando los argumentos válidos y las
buenas razones, sea por purismo, exageración, intereses o falta de rigurosidad
conspiran en contra del objetivo inicial. Porque lo descripto es Sabiduría
Ancestral. Pero no toda la Sabiduría Ancestral.
Si por definición la misma
es el conocimiento legado por nuestros antepasados, el tatarabuelo del lector
es su ancestro. Y si ese tatarabuelo legó una enseñanza, ésta es Sabiduría
Ancestral. No es necesario remontarse a decenas de siglos atrás, o acotar
exóticas geografías, para hallarnos en presencia de ese Saber Originario. Por
caso: ¿los conocimientos espiritualistas de los cátaros no serían Sabiduría
Ancestral?. ¿Los ejercicios alquímicos del Medioevo tampoco?. ¿No es Sabiduría
Ancestral la filosofía neoplatónica?. ¿Tampoco lo es el Bardo Todol o el Libro
Egipcio de los Muertos?. Y si se acepta la fuerte presunción de visitas
extraterrestres en la Antigüedad y su legado -en forma de conocimientos o
genética- a los pueblos terrestres, ¿acaso eso es menos Sabiduría Ancestral?.
¿Por qué estamos condicionados –creo que el término no es menor- a ver como
Sabiduría Ancestral sólo lo proveniente de Pueblos Originarios porque, así
también, porqué un “pueblo originario” lo es sólo del continente americano?.
Razonar en otra dirección da
pábulo a un racismo al revés. Quienes tenemos ascendientes europeos, por caso,
pero que hemos acreditado nuestro interés y compromiso con las enseñanzas, por
ejemplo de Toltecas, Incas y Aimaras, hemos sufrido en carne propia la
descalificación de algunos “maestros” que nos endilgan nuestra inhabilidad para
volcarnos a ese conocimiento sólo por no tener sangre indígena. ¿Se entiende
por qué hablo de un “racismo al revés”?. Y aún más: en ciertos ámbitos
aficionados a estos menesteres se ve como poco aceptable el papel de transmisor
de conocimiento si uno no viste un poncho, tilma, túnica, si no lleva el
cabello por los hombros (aunque aquí, algunos que duermen la siesta enroscados
en la pata de la cama dirían, quizás con razón, que hablo por envidia) e
inevitable “vincha”, bandana, “ixcoatlmecatl” o cinta ciñendo la cabeza.
Creo que el objetivo de recuperar
la Sabiduría Ancestral es, primero, evitar lo meramente folklórico o
nostálgico. Tiene que ver con recuperar enseñanzas que sean de utilidad y valor
al hombre y la mujer contemporáneos. Pero me resulta chocante observar cuántas
veces, creyendo que el hábito hace al monje, algunos practicantes creen estar
más cerca de sus ancestros si viven todo el día (perdón por la expresión)
“disfrazados de”. Si dictamos nuestras conferencias de elegante sport, si nos
valemos de recursos tecnológicos, es decir, si no respondemos al “estereotipo
indígena” (donde no gratuitamente tantos sociólogos han señalado la perversa y
subliminal similitud de la palabra con “indigente”) pareceremos “menos
creíbles”. Y de lo que en realidad se trataría, es que resultaríamos “menos
vendibles”.
Estas reflexiones apuntan a
dos conclusiones: por un lado, tal como se dijo, hablar de Sabiduría Ancestral
incluye, por propia definición, cualquier conocimiento de valor espiritual,
psicológico, social, proveniente del arcano de la Historia. De cualquier
Historia. Y en segundo lugar: caminando los senderos de la Sabiduría Ancestral
se aprende, a veces dolorosamente, que ser “jefe indígena” no es ser
necesariamente “maestro”.
Si los conquistadores creyeron engañar a los
aborígenes con espejitos de colores[1], evitemos por
lo menos el camino inverso del producto. Es penoso observar como cualquier
nativo de cierto país, sólo por su piel cetrina y, como dije, una cinta ciñendo
su cabeza más algunos aditamentos artesanales se transforma en un envase
referencial frente a cualquier estudioso y practicante que luego de sus pininos
iniciales continuó la búsqueda de manera independiente. Déjenme citar, como
buen ejemplo, el aprendizaje que he observado en tierras mexicanas donde cada
vez son más los transmisores del Conocimiento Ancestral del Anáhuac que deciden
no integrarse a “kalpullis” (agrupaciones de práctica mexica) o toman distancia
de tanto “maestro”, “tekutli”, “tlatoani”, “tlacaelel”, “portadores de Pipa
Sagrada” y otros adjetivos rimbombantes para las masas, al descubrir que detrás
de sus poses hieráticas laten las miserias y falencias de cualquier ser humano.
Que de ésos podemos relatar unos cuantos ejemplos.
[1] Por supuesto que no
lo hicieron: en América abundaba el oro y la plata y había una carencia
absoluta de espejos de colores, con lo cual, al entregarle a los conquistadores
un bien que poseían para recibir el que era extraño y particular, realizaron un
buen negocio en el contexto del la economía tribal.
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